Vistas de página en total

miércoles, 11 de mayo de 2016

Y decidiste irte un 11 de mayo...

Te acuerdas cuando llegaste a casa? Tenías aproximadamente tres semanas de haber nacido. Eras una miniatura que cabía perfecto en la palma de mi mano, que apenas podía sostenerse. No sabía ni qué hacer, ni cómo tratarte... pero empezamos por lo básico: comprar una licuadora pequeña para ti, croquetas pequeñitas, leche y miel Karo para hacerte tus papillas y empezar a darte de comer. No tenía aún nombre para ti, pero (con el corazón de repostera y tragona que siempre he tenido) decidí llamarte "Muffin". Éramos poquitos quienes decíamos tu nombre correcto, porque hasta el veterinario te puso en tu ficha que te llamabas "Moffi". Me dio pena corregirlo, y finalmente, lo medio pronunciaba como era, no?



Te tenía en mi cuarto durmiendo, conseguí una almohadita para que descansaras ahí y también conseguí un reloj para poner debajo. Me habían dicho que simulaba los latidos de tu mami y que eso te ayudaría a dormir más tranquilo, porque tenías pesadillas. Aullabas muy despacito, pero dormidito. Te acariciaba la cabecita y te tranquilizabas, hasta que con el reloj dejaste de soñar feo. Dejé de salir en las noches para quedarme contigo, a cuidarte y a acompañarte para que durmieras bien. Te enseñé como pude a que fueras al baño en el baño (al menos así mi cuarto permanecería no tan sucio, según yo) y aprendiste perfecto. Cada que querías ir al baño, te dirigías al baño y tenías un lugarcito para eso. Creciste muy rápido. Mi hermano me había dicho que eras miniatura, pero creo que no era exactamente así. No eras un gigantón, pero tu tamañote hacía que me riera cuando decía que eras un "schnauzer mini, no tan mini". Te volviste travieso. Juguetón, mejor dicho. Algunos de mis zapatos no se salvaron, un par de libros tienen tus colmillos enterrados a manera de recuerdo, y fue cuando te enseñamos que había un jardín muy grande y una casita para que te resguardaras en el primer piso. El cambio fue extraño, pero te gustó.



Los años fueron pasando y de verdad, parecía que no había pasado mucho tiempo desde esa vez que te llevaron a casa en una cajita de zapatos, la cual se veía inmensa comparada contigo. Recuerdas también el osazo que me hiciste pasar cuando te disfracé de bombero? Ok, creo que la que te hizo hacer el oso fui yo al ponerte una camisola roja y un sombrero negro, pero era una buena causa! Te lo expliqué, era un "desfile de modas" para disfrazar a las mascotas y juntar dinero para el albergue. Llegué feliz contigo, disfrazado, aceptaste a regañadientes tu sombrero de bombero... y cuando pensé que todo estaría bien, al ponerte en la pasarela para desfilar, decidiste que era el momento perfecto para tomar una siesta. Sí, te echaste y no hubo poder humano que te hiciera caminar. "Su truco es saberse hacer el dormido de repente", le explicaba a la gente. No se convencieron, pero al menos se rieron. Te ganaste sus corazones! Aunque no ganamos premio, ganamos más con eso. Quizá tu venganza a esa experiencia era deshacerte de cualquier ropita que intentaba ponerte. Cuando hacía frío, te ponía un suéter azul precioso. Pensé que te gustaba! Hasta que llegué un día y descubrí que (no sé cómo le hiciste) te lo habías quitado y lo habías despedazado. Entendí que eso de estarte cubriendo no era lo tuyo. Nunca más te volví a poner ningún tipo de tela encima.

Fueron diez, casi once años de tu compañía. La realidad es que me acostumbré a ti. Sabía que al llegar me estarías esperando, que con tus ladridos avisarías que estaba en casa, incluso en las noches me echarías de cabeza con tus ladridos si llegaba muy tarde porque, aunque sabía que te emocionaba que llegara, no podías disimularlo! Detectabas perfecto cuando estaba triste: en días así no buscabas jugar conmigo, solo te echabas junto a mí, y te me recargabas. Era tu manera de decir "todo estará bien". Jamás te cansabas, siempre querías correr, dabas vueltas como loco tratando de perseguir algo, te echabas de repente y otra vez empezaban las vueltas, hasta que te daba sed, o hambre, o algo más llamaba tu atención. Hasta para bañarte eras noble. No armabas desorden, te dejabas enjabonar, enjuagar... claro, al final parecía que éramos nosotros los que nos habíamos bañado, y por más que te intentábamos secar... tú preferías secarte restregándote en la pared. Supongo que sentías más lindo. Pero sé que eras feliz. Aunque no estaba todo el tiempo contigo, y había días que llegaba tan agotada que no te veía... sé que sabías lo mucho que te quería. 

En tres días te me fuiste. Lo que empezó con una falta de apetito que yo le atribuía quizá al calor (o a las ganas de que te regalaran mejor una salchicha que tus croquetas) se volvió una serie de cosas que terminaron venciéndote muy rápido, y aunque me decían que no pasarías la noche, quería creer que podrías recuperarte, como aquellas veces en que te ponías un poquito malito y luego estabas como si nada. Pero esta vez no fue así. Lo presentí al cargarte por última vez. Ya no reaccionaste como cuando te cargaba. Quizá me perdí de tu despedida, o quizá tus ojitos me lo dijeron antes de que el doctor te llevara. Te dije muchas cosas, te di besos, te abracé fuerte aún con el temor de que te pudiera lastimar. 

Y decidiste irte el día de hoy. Dice tu doctor que no sufriste, y quiero quedarme con eso, aunque también hubiera querido haber estado junto a ti hasta el último momento. 

Espero haberte dado todo el amor que merecías. Espero hayas sentido todo el cariño que sentimos por ti, y espero sepas que dejas un hueco inmenso en nuestras vidas y en nuestros corazones. Estoy deshecha, pero agradecida de que no sufriste. Mi corazón se queda con tus huellitas intactas, aunque eso no haga que te extrañe menos. 

Gastón te echa de menos ya. No se atreve a bajar aún a tu casa. Se queda arriba, viendo... Quizá preguntándose por qué no has salido a correr con él, para morderle su oreja.

Buen viaje, Muffinito. Nos veremos pronto.